La (ardua) tarea de elegir la bombilla perfecta y ahorrar

Con la extensa variedad de productos que ofrece el mercado, no es fácil acertar a la primera

 

1454591085_931425_1454669525_noticia_normal_recorte1Martes 9/FEBRERO

¿LED? ¿Fluorescentes? ¿Cuántos vatios? ¿De qué color? Elegir una bombilla, una de esas tareas que parece de lo más sencilla y rutinaria posible, se puede convertir fácilmente en un incordio. ¿Cuántas veces, al cambiar la iluminación de nuestra casa, hemos quedado insatisfechos con el resultado? Las razones son variadas: porque el alumbrado no es suficiente, porque la luz es muy fuerte, porque resulta demasiado fría o cálida. O porque simplemente no nos gusta el efecto, sin saber por qué y en qué nos hemos equivocado.

“Hay que buscar una luz adecuada para cada momento y sitio, pero muchas veces el consumidor no sabe elegir”, lamenta Alfredo Berges, director general de la Asociación Española de Fabricantes de Iluminación (Anfalum). Algo que no sorprende: con la extensa variedad de productos y especificaciones disponibles en el mercado, no es fácil acertar a la primera. Lo que sí es muy intuitivo es darse cuenta cuando algo falla. “El ojo humano no distingue, pero compara muy bien”, asegura Berges.

De las bombillas incandescentes al LED

La Unión Europea ha eliminado paulatinamente las bombillas incandescentes de toda la vida, hasta prohibirlas definitivamente en 2012. “Ahora está en boga el LED, pero también hay compactos fluorescentes (CFL o bombillas de bajo consumo) y halógenas eficientes”, resume Berges. El problema de la invención de Thomas Alva Edison es que era tan genial como ineficiente: la mayor parte de la energía producida se desperdiciaba en calor, mientras solo una mínima parte residual generaba luz —un 5%, de acuerdo con el Instituto para la Diversificación y el Desarrollo Energético (IDAE)—. Sin considerar que su vida útil era muy reducida: unas 1.000 horas, que para una bombilla que funcione durante cuatro horas diarias se traduce en menos de un año.

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Su sucesora, la lámpara halógena, funciona de la misma manera —un filamento metálico que se calienta al pasaje de la corriente eléctrica—, pero gasta menos y dura algo más, unas 3.000 horas. Las fluorescentes compactas, por otro lado, generan luz a través de un gas luminiscente y garantizan la misma prestación luminosa con menor consumo —un ahorro de un 80% respecto a las convencionales y una vida útil de entre seis y diez años, de acuerdo con los datos de la Unión Europea—. Pero es el LED (por su sigla en inglés Lighting Emitting Diode) el verdadero campeón en eficiencia: el ratio entre luz y calor se invierte y más de un 90% de la energía utilizada se trasforma en iluminación. Al tocarlo, nunca nos vamos a quemar, porque funciona con materiales semiconductores (diodos) que se iluminan al paso de la energía. “Un LED de buena calidad puede tener una vida útil de hasta 50.000 horas”, asegura Adolfo Carvajal, director general de la Asociación Española de la Industria LED (AniLED). El ahorro respecto a una incandescente se sitúa entre un 80% y un 90%.

No confundas la luz con la potencia

“Resulta importantísimo aclarar la idea equivocada, pero muy extendida, de asociar la luz que proporciona una bombilla con la cantidad de electricidad necesaria para producirla”, señala IDAE en su último informe sobre consumo eficiente. Con las bombillias tradicionales, a más vatios (W) se asociaba más luz. En realidad, el vatio indica la potencia, mientras la luz tiene su propia unidad de medida, el lumen (lm). De eso va la eficiencia: ofrecer la misma prestación con menor consumo.

Artículo de: El País

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