CAPÍTULO 2
A grandes trazos, y simplificando mucho, se puede decir que el moderno ingeniero tiene dos orígenes. Por una parte el ingeniero inglés, que nace al calor de la Revolución industrial, y que se asocia a un modo de ingeniería ligado a la práctica, sea industrial o de obras civiles, cuya formación se inicia con el aprendizaje en los propios talleres u obras en los que se lleva a cabo su actividad. Por otra parte, el ingeniero francés que se forma a partir de una sólida base científica, que sirve además para realizar una estricta selección. Esta formación tiene lugar en centros de élite muy minoritarios. Estas dos formas de acceder a la ingeniería persisten durante todo el siglo XIX. La primera llega a implantarse más allá del Atlántico, en Estados Unidos; mientras que la segunda es la dominante en el continente europeo. España adopta la segunda desde sus orígenes.
La ingeniería se instaura en España a principios del siglo XIX siguiendo el modelo francés, con una formación de perfil marcadamente cientifista, inspirada en el culto a la razón que instauró la Revolución francesa, y que es el que marcó la senda por la que discurrió la formación de los modernos ingenieros, al menos en la Europa continental. No hay que olvidar que la ingeniería francesa es heredera directa de la Ilustración, y lo mismo sucede con la española. Los ingenieros formaron parte de forma mayoritaria de los progresistas del XIX. Encarnaron el progreso frente a las ideologías ultramontanas vigentes en la sociedad española (aquí procede recordar la novela Doña Perfecta, de Pérez Galdós, de lectura recomendable para todos los ingenieros).

Y así, en 1802, se fundó, bajo la dirección de Agustín de Betancourt, la primera Escuela de Caminos y Canales, con sede en el Palacio del Buen Retiro de Madrid (aún se puede visitar convertida en dependencias del Ministerio de Educación); y durante la época moderada del reinado de Isabel II se consolidaron las entonces nacientes Escuelas de ingenieros (caminos, minas, montes, agrónomos e industriales).
En la génesis de la ingeniería industrial en España tiene un papel destacado el malagueño Juan López de Peñalver (Málaga, 1763 o 64- Madrid, 1834), figura ilustre y personaje singular de la Ilustración española de finales del XVIII y principios del XIX, e íntimo colaborador de Agustín de Betancourt. Este último es el prototipo de ingeniero moderno, pues aunque su título fue el de ingeniero de Caminos, cubre, con su actividad, muchas ramas de la ingeniería. Peñalver nació en Málaga en 1763 o 1764. Después de realizar diversas comisiones por minas andaluzas, en Linares, La Carolina y Río Tinto, y ser cadete del cuerpo de Reales Guardias Españoles, fue pensionado para ampliar estudios en la Escuela de Minas de Schemnitz en Hungría. Sin embargo, la crudeza del clima centroeuropeo afectó su salud, por lo que pidió ser trasladado a Paris donde se incorporó al grupo formado en torno a Agustín de Betancourt. Allí hizo los cursos de la École des Ponts et Chaussées y colaboró activamente en la reunión de los fondos que constituirían posteriormente, en Madrid, el Real Gabinete de Máquinas. Es notable que López de Peñalver sea de los pocos europeos de su época que haya recibido enseñanzas en los dos centros de formación de ingenieros más característicos de la Europa de la segunda mitad del XVIII.
Los sucesos revolucionarios que se producen en Francia alteran los planes de trabajo del grupo de Betancourt y determinan su regreso a España. Sin embargo, antes de abandonar París, Peñalver es comisionado para participar en la medición del arco de meridiano en suelo Español. Junto con José Chaix participa en el programa francés de medición del meridiano entre Dunkerque y Barcelona. A finales de 1793 regresa a Madrid donde colabora activamente en el Real Gabinete de Máquinas, del que en 1798 fue nombrado Vicedirector y del que redacta un revelador catálogo.
A principios del XIX participa en el proyecto de creación de la Real Academia de Ciencias y Letras. Imparte enseñanzas en la primera Escuela de Caminos y comienza a interesarse por temas económicos lo que le llevaría a redactar, en 1812, unas reflexiones sobre la variación del precio del trigo que han alcanzado fama, en nuestros días, como uno de los textos precursores de la economía matemática.
Después de la Guerra de la Independencia Peñalver distribuye su tiempo entre el cultivo del pensamiento y la promoción de la industrialización. Es autor de una traducción, considerada clásica, del Espíritu de las Leyes de Montesquieu. Realiza una intensa labor de difusión del industrialismo, lo que junto con la innovación y la enseñanza técnica serán sus temas recurrentes para el resto de sus días.
Siguiendo el hilo que conduce a los estudios de ingeniero industrial, en 1824 se crea en Madrid el Real Conservatorio de Artes, a instancias del Ministro de Hacienda Luis López Ballesteros. Peñalver fue nombrado Director, cargo que desempeñó hasta su muerte en 1835. Esta institución absorbe el Real Gabinete de Máquinas y a sus empleados. Con ello el Gabinete adquiere una estructura y funciones más amplias, al convertirse en una Escuela de Artes y Oficios, con la misión de fomentar la industria nacional. En el Conservatorio trabajaron, además de Peñalver, los prestigiosos hermanos José y Bartolomé Sureda (de Bartolomé tenemos un retrato de Goya, pintado por éste, se dice, en agradecimiento por haberle enseñado la técnica del grabado por aguada).
El nuevo organismo pretendía ser, al mismo tiempo, museo, Escuela y centro de divulgación de invenciones y adelantos en los modos de producción. En 1827 el Conservatorio organizó la primera Exposición pública de los productos de la industria española, a la que Mariano José de Larra dedicó una conocida oda. En esta institución se tiene el eslabón entre la ingeniería de la Ilustración y la moderna ingeniería industrial, ya que en 1850, como vamos a ver, se transforma en el Real Instituto Industrial, en donde se empieza a impartir el título de ingeniero industrial.
Los fondos del Real Gabinete se integraron en el Real Conservatorio, pero en 1834, al crearse la tercera Escuela de Ingenieros de caminos y canales, fueron reclamados por esa institución y no hubo más remedio que proceder a su partición, no exenta de tensiones. De este modo, lo que tenía que ver con caminos, canales y puentes pasó a la Escuela de Caminos y el resto se quedó en el Real Conservatorio, que pocos años después se convirtió en el Real Instituto Industrial. Con ello se completa la transición desde los orígenes de la ingeniería civil (en el sentido de no militar) en España, en la Ilustración, a la titulación de Ingeniero Industrial.
En su labor de escritor, la apuesta de Peñalver por la industrialización es muy acentuada. Por ejemplo, en el artículo titulado De la influencia de la industria en la situación política de las naciones se leen cosas como: «la industria es el verdadero fundamento de la libertad que pueden y deben gozar las naciones en el actual período de la civilización». En este mismo artículo acaba diciendo: «buscad la libertad en la independencia y la independencia en la industria». Frases como estas, escritas hace casi dos siglos, no pueden dejar de producirnos una profunda admiración, aunque el paso del tiempo no haya dejado de hacer mella en ellas. Constituyen una muestra del más lúcido espíritu regenerador de la Ilustración, y conservan su valor como testimonio de la claridad con que unos hombres (de los que los ingenieros nos podemos considerar herederos) trataron de abrir las vías de la modernidad en España.